MAÑANA
Yo soy, yo soy su Consolador.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación. — Como el padre se compadece de los hijos, así se compadece el SEÑOR de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. — Como aquel a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes. — Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes.
Tú, oh Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, Sl86
Otro Consolador . . . el Espíritu de verdad. — El Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades.
Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron.